Otra sensación
de luz y de ambiente, surge de los textiles jalq’a.
Como si fuesen destellos en la oscuridad, los tonos propios
de esta región producen este efecto a pesar de
trabajar con colores voluntariamente oscurecidos que huyen
del blanco y el amarillo. Son los brillos de los rojos,
naranjas y rosas, que, evocando el brillo de los metales
bajo de la tierra, crean este mundo infernal, que define
a los textiles jalq’a, un mundo poblado de animales
indómitos e imposibles. La estética jalq’a
da forma a un universo continuo, sin ejes, caótico,
de percepción difícil, que corresponde a
un mundo sagrado, el mundo del Supay que habita los lugares
de penumbra y los espacios subterráneos dominando
la gestación de las especies y la recreación
de la vida.

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Por su calidad, por la
belleza de sus personajes y líneas, por atreverse
a la representación del caos, estos textiles constituyen
un patrimonio único de la humanidad, dignos de
ser considerados como arte moderno, que al mismo tiempo
habla de mitos indígenas milenarios.

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